Ponte en su lugar. Resulta que no había visto nunca la nieve. Fue toda una experiencia, no hacía más que contárselo a todo el mundo. No sabría decir si le había gustado más ver cómo caían los copos del cielo o el espectáculo del bosque totalmente cubierto de blanco, con el lago congelado.
¡Ah! ¿Que no me sigues? Vaya, es que quizá tendría que haber comenzado por el principio… Resulta que el sábado pasado fuimos de excursión a la nieve los chicos de 5º y 6º de Primaria y los de 3º y 4º de ESO. Y entre nosotros había varios que nunca habían visto la nieve, como Juandiego y Juan Pablo, nuestros socios más tropicales. O a Javier de M., que venía bien protegido con su gorro de lana. Pero no te vayas a creer por eso que el resto estaba menos emocionado. ¡Qué va! No veas cómo tiraba Miguel P. de su trineo. O cómo hacían rodar bolas de nieve gigante Diego y Pepe.
Llegamos al monasterio de El Paular, en Rascafría, donde rápidamente comprobamos que el nombre del pueblo está bien escogido. Nevaba con fuerza e incluso la carretera comenzaba a cubrirse de blanco a pesar de los quitanieves. Es lo que tiene, ir en medio de una buena borrasca… A continuación, entramos en el “bosque finlandés”, una zona recreativa con árboles, riachuelos y un lago (que estaba, como hemos dicho, congelado). No veas qué pasada: todo lleno de nieve. Había gente que decía incluso que no había visto nunca nada tan bonito (Ángel A.). Nos dedicamos a tirar de los trineos (aprovechamos a los mayores, como Carlos P. y Jacobo, que hicieron de huskies siberianos) y comenzamos una gran batalla campal a bolazo limpio y sin cuartel. Allí hubo bolazos para todos: Juan B., Óscar y Josemaría C, Pampi, Jacobo M… Después, comimos al amparo de unos abetos que nos protegían de la nieve como si fueran sombrillas gigantes, y, más tarde, hicimos un muñeco de nieve más grande que Cristóbal.
Por fin, hubo que volver, porque empezaba a pesar el frío y algunos estaban empezando a congelarse (que le pregunten a los pies del pobre Andrés I.), pero todavía dio tiempo a unas últimas batallas de bolas y carreras de trineo mientras esperábamos a que los coches vinieran a recogernos (y mientras Álvaro I. intentaba –sin éxito- refugiarse en la tienda del monasterio).
En definitiva, que la próxima vez, te aviso, tú, porque ha sido toda una experiencia. Te dejo. Vamos, dale, Jara…