Una constante película. Así podrían resumirse los primeros 30 días en la ciudad más importante del mundo. Es lo que tiene cuando nada más salir a la calle te encuentras el Empire State, o cuando tienes que pasar todos los días por la Quinta Avenida para ir a la universidad. Y no digamos cuando te cruzas con el tradicional puesto de perritos calientes con una fila de ejecutivos trajeados esperando su lunch. Todo es América en estado puro. Tal como aparece en las películas. Como en la Opera Rock.
El hecho de empezar todos los días a las 13:30 permite descubrir cada día alguna parte de Nueva York. Eso, y que tanto el centro como la universidad se encuentran en pleno Manhattan. Por lo que sin necesidad de hacer grandes trayectos tienes infinitas cosas que ver. Por casualidades de la vida, una de las primeras cosas fue la tienda NBA de la Quinta Avenida. Después del paseo de rigor por la tienda y de haber sido cautivado por la atmósfera, uno de los dependientes se me acercó y comenzamos a hablar, como no, de baloncesto. Al ver que era de España me dijo que era de Republica Dominicana, y no sé si fue porque le caí bien o porque compartimos lengua me invito a jugar al basket en la propia tienda. No me había fijado que en el piso de arriba hay un par de canastas, y ante la expectación de todos los empleados y clientes echamos un concurso de tiros. El resultado fue lo de menos.
El primer fin de semana aquí fue una pasada. Para empezar, excursión en bici alrededor de toda la isla. El mejor momento para las foto-postureo con el Puente de Brooklyn o la Estatua de la Libertad de fondo. Y también visita a la “Zona Cero”, donde tuvo lugar el atentado contra las Torres Gemelas. En su lugar ahora hay dos monumentos impresionantes que son como una fuente y con los nombres inscritos de todos los fallecidos. Y justo hace unos meses acaban de terminar la “Tower of Freedom”, un rascacielos de más de 400 metros. Casi nada. Pero ahí no quedo el plan. Por la tarde tuve la ocasión de jugar el primer partido de basket callejero en Nueva York, aperitivo del que espero poder jugar algún día en el Bronx cuando el tiempo mejore.
Pero sin ninguna duda el fin de semana más increíble fue el de la tormenta de nieve, la más grande en años según los neoyorquinos. La nieve me llegaba más o menos a mi rodilla, y eso que no es cualquier rodilla. Fue el día también para jugar mi primer partido de futbol americano. Nada mejor como la sensación de ser placado y comer nieve, de verdad, las cosas como son. El domingo fue un poco más de relax, y después de ver el partido del Madrid en la Peña Madridista de New York, paseíto por Central Park a contemplar la puesta de sol y los ejércitos de muñecos de nieves que la gente hizo. Todo muy yankee.
Todo un mundo completamente distinto es el Bronx. Ahí empecé el fin de semana pasado a echar una mano en una actividad que básicamente ayuda a sacar para adelante a chavales sin muchos recursos. Ciertamente, el Bronx es como se pinta en las películas también, aunque a su manera.
Estos primeros treinta días en NYC no es que se me hayan pasado volando, sino lo siguiente. Muchas cosas hechas pero aún más por hacer. Todavía me quedan 150 que, como me descuide, pasan igual de rápido y me encuentro al final en Mazarete otro verano más. Un cambio curioso: De NYC a Mazarete. Si es que todos los caminos llevan a Salomón, quién si no.
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