Bajaba silbando con las manos en los bolsillos esta semana la calle Serrano, célebre por sus comercios y grandes escaparates.
En ocasiones como esta me gusta mirar a la gente: ellos y ellas casi siempre con paso tan atolondrado que no se percatan de que son observados, y poco les importa. No es que me guste fisgonear, pero me hace gracia verles así, y me sirve para reírme un poco de mí mismo cuando caigo en ese frenesí tan postmoderno…
El caso es que me crucé con una señorita que hablaba por teléfono, y al pasarnos escuché que con cierta desgana le decía a su interlocutora: “es que me echado novio…” A primera vista la frase parece inocua desde el punto de vista semántico, pero más tarde me ofendió profundamente. Estuve a punto de retroceder, agarrarla por el brazo y espetarle:
-Mira encanto. No sé quién eres, pero que sepas que acabas de destrozar siglos de tradiciones preciosas, montañas de literatura y, en fin, tantos y tantos momentos cargados de lirismo de la historia de la humanidad… Me quedé tan desilusionado que fui a ver a Rick…
-Tampoco te pongas así –me dijo.
-¿Pero qué dices? ¡Esa niña hablaba de su “novio” como si fuera Bob Esponja! Vamos hombre: ¿para cuándo dejamos el heroísmo, el amor verdadero, las gestas románticas? Piensa en tu primer encuentro con la Yvonne, en Casablanca, o mejor, en el segundo, y el tercero… ¿Tú los resumirías con un “es que me he echado novia”?
-Pues la verdad es que no. Tienes razón, en esos momentos en los que has encontrado a la persona con la que seguramente compartirás tu vida, lo que te sale es decir: “El mundo se derrumba y nosotros nos enamoramos”. O bien: “Son cañonazos lo que oigo o son los latidos de mi corazón?”
-Claro. Mira: este mes es tradicional regalar a los enamorados algún detalle cariñoso el día de san Valentín. Qué lógico que sea así. Pero cuidado, porque el amor, si quiere ser auténtico, si quiere ser amor, no puede tener más que un solo calificativo: incondicional.
Qué lejos queda esa falsificación barata y empalagosa del amor cuando se tiñe de sentimentalismo. En cambio, qué bonita es la fidelidad.En la Biblia podemos encontrar todas las historias posibles del hombre, con sus pasiones, con sus límites, con sus miserias y sus grandezas. Y con su amor.
Dios está presente en todas esas historias, y creo que muchas veces tendríamos que releerlas para caer en la cuenta de que, ayer como hoy, quiere participar también en la nuestra.
Como le ocurrió al joven Tobías, al que Dios se acercó por medio de su ángel, y le acompañó siempre en medio de las dificultades de su camino. Lo comenta mejor san Josemaría:“¡Cómo te reías, noblemente, cuando te aconsejé que pusieras tus años mozos bajo la protección de San Rafael!: para que te lleve a un matrimonio santo, como al joven Tobías, con una mujer buena y guapa y rica -te dije, bromista.Y luego, ¡qué pensativo te quedaste!, cuando seguí aconsejándote que te pusieras también bajo el patrocinio de aquel apóstol adolescente, Juan: por si el Señor te pedía más”. (Camino, n. 360)
Leonardo Agustina
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