El otro día estaba en el Caprabo intentando elegir la espuma de afeitar más barata, cuando sentí una mano peluda apoyada en mi hombro…

-Chewbacca, ¡quieres tener más cuidado, por poco me muero del susto!

-Uaaaeeht!?

-Pues claro que me afeito, y tú podrías empezar a pensar en hacer algo…

-Uwwbe, bguwe, zo…

-Vale, no siempre ha sido así, pero los tiempos han cambiado, ¿sabes? Ya sé que eres un wookiee. Bueno, ya lo discutiremos otro día, te veo en la cena de esta noche, no llegues tarde…

Me he quedado pensando. Chewbacca tiene razón. Efectivamente: no siempre ha sido así. Me refiero al afeitado… y al mundo, al hombre, la Historia. Hace mucho mucho tiempo, en una galaxia muy lejana… Dios decidió visitar a una humanidad que andaba patas arriba. Pero insisto, no siempre ha sido así. Hubo un tiempo de prueba, largo, duro, insoportable: un mundo sin Dios. ¿Os acordáis? Fue en el Paraíso, la primera rebeldía, el triste anuncio de lo que le esperaba a un Dios que miraba asombrado cómo la primera de sus criaturas le salía torcida en los primeros minutos de nuestra historia. Allí estábamos de alguna manera todos, allí hemos vuelto muchas veces para decirle que queremos ser como dioses de nuestra propia existencia, que no nos agobie, que necesitamos más libertad, que no nos hace falta su ayuda, ni su presencia, ni su cielo: nosotros somos capaces de montarnos aquí abajo un cielo más evolucionado, más acorde con las verdaderas necesidades del hombre: un Cielo 2.0 Por suerte para nosotros Dios sigue siendo Dios, y además “se ha enamorado del hombre”. Y cada Navidad volverá. Lo ha prometido. Estará esperando con la secreta esperanza de que alguien diga “sí”.

En ocasiones no resulta fácil acercarse a Dios, porque sabemos que delante de Él no sirven las apariencias, y esa desnudez nos produce un poco de vértigo. Quizá la Navidad sea una oportunidad, o mejor dicho, la oportunidad. Después de todo, como dice Benedicto XVI, la “Navidad es la fiesta más humana de la fe, puesto que nos hace sentir de la manera más profunda la humanidad de Dios”. No parece tan difícil meterse en el portal… Y para cuando tengamos miedo, pueden servirnos estas consideraciones del poeta:

“Era en Belén y era Nochebuena la noche. Apenas ni la puerta crujió cuando entrara. Era una mujer seca, harapienta y oscura, con la frente de arrugas y la espalda curvada. Venía sucia de barro, de polvo de caminos. Tenía los cabellos largos color ceniza, color de mucho tiempo, color de viento antiguo; en sus ojos se abría la primera mirada, cada paso era tan lento como un siglo. Temió María al verla acercarse a la cuna. En sus manos de tierra, ¡oh Dios!, ¿qué llevaría? Se dobló sobre el Niño, lloró infinitamente y le ofreció la cosa que llevaba escondida. La Virgen, asombrada, la vio al fin levantarse. Era una mujer bella, esbelta y luminosa. El Niño la miraba. Era en Belén y era Nochebuena la noche. Apenas ni la puerta crujió cuando se iba. María al conocerla gritó y la llamó Madre. Eva miró a la Virgen y la llamó Bendita. Afuera aún era pura, dura, la nieve y fría. Dentro, al fin, Dios dormido, sonreía teniendo entre sus dedos la manzana mordida”.

Leonardo Agustina