Ahora que comienza el año es frecuente recibir calendarios con distintos motivos. Supongo que siempre tenemos la pretensión de humanizar algo tan etéreo como el tiempo. Los pensadores griegos de hace 25 siglos encerraron cualquier tipo de esperanza sobre el protagonismo que puede tener el hombre en su actuar. Y la responsabilidad de los actos humanos tuvo que soportar durante mucho tiempo el peso de unas cadenas que lo enjaulaban sin remedio: el destino y el movimiento cíclico de los acontecimientos.
-¿Hay alguien en casa? (la voz de Buttercup suena desde el jardín).
-Sí, ya voy…
-¡Feliz año! Westley y yo habíamos pensado que te gustaría un nuevo calendario para tu colección. Te dejo que me están esperando los niños en el coche. Nos vemos un día de estos… Qué majos, siempre es un motivo de alegría recibir regalos. En fin, continúo con mis reflexiones. Y me pregunto: ¿de verdad soy yo el amo de mi destino? Supongo que sí. De hecho, estos días pasados hemos contemplado la entrada de Dios en la Historia. Una entrada puntual (puntuable), que rompió todas esas ataduras de un destino ciego y fatal. Pero, y desde entonces qué… ¿para qué soy libre? Busco inspiración en el calendario. Es de esos que tienen frases célebres cada día del año. La primera suena así: “Quien tiene claro un por qué, soporta cualquier como” (F. Nietzsche). Es verdad.
He tenido una idea. Me siento en el ordenador y ejecuto. Envío a mis mejores amigos el siguiente email:
“Queridos todos:
Estas vacaciones he vivido una experiencia única. Soy un hombre nuevo. Os propongo un plan: tendremos que madrugar todos los días, soportar las inclemencias del tiempo (con temperaturas por debajo de los 5 grados bajo cero), viajar a cientos de kilómetros haciendo turnos para conducir, pasarnos el día de pie, sin descanso, comer lo justo y en poco tiempo, y volver tarde a casa para volver a empezar al día siguiente. Cada uno tendrá que pagar al día 35 euros por sufrir estas condiciones, además de los gastos de alojamiento y gasolina. ¿Cuento con vosotros, verdad? Salimos el viernes y volvemos el miércoles. Un abrazo”.
Las respuestas no tardan en llegar, son de este calibre: estás loco; no tengo dinero y el poco que me queda no pienso gastarlo en masoquismo; sabía que te tomas la religión en serio, pero no se me ha perdido nada con los monjes del Tibet (sic); prefiero invertir en un spa, gracias; deberías preguntarte si la mortificación tiene sentido en pleno siglo XXI, te has quedado atrás, eres medieval tío…
Me da la risa. A mí también me parece que eso es demasiado sacrificio… ¡para ir a esquiar! A la Madre Teresa le espetó en cierta ocasión una periodista: “Yo no haría su trabajo ni por un millón de dólares”. Y ella respondió risueña: “Yo tampoco”. Es mucho más interesante hacerlo por amor de Dios. Ojalá sea este nuestro motivo para actuar durante este año que comienza.
Leonardo Agustina
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