Trabajo en un colegio de chicos. Después de Navidad, D. Óscar, profesor de Primaria, me regaló una figura del Belén que habían montado sus alumnos. Se trataba de un sacerdote de plastilina, vestido con sotana y todo.

Desde el primer momento me cayó bien, quizá por su aspecto bonachón. Así que lo coloqué en un lugar visible de mi despacho para que me animara con su presencia.

Pronto nos hicimos buenos amigos, y comencé a hablarle de mis cosas. Como me parecía un poco irreverente ponerle un nombre del santoral, le bauticé “mossèn”… Le cogí mucho cariño y hasta soñaba con parecerme a él.

Pero trabajo en un colegio de chicos y, claro, a veces no puedo controlar todo. Supongo que un día me dejé el despacho abierto… El caso es que después de comer, al entrar, me encontré a mi entrañable mossèn con un ligero cambio: con la mano derecha en alto saludando al modo fascista y con la izquierda dirigiéndome una soberana “peineta”. Lo peor es que la cara seguía mostrando la misma ingenuidad de siempre, y la escena resultaba de lo más grotesca. No pude reprimir un ataque de risa, y comencé a filosofar sobre la importancia de las manos:

-Todas las civilizaciones de la Historia dependen de las manos –me interrumpe el Dr. Jones.

-¿Qué quieres decir, Indy? Explícate, por favor.

-Es muy sencillo: desde Egipto a la antigua Grecia, pasando por Roma, la huella del hombre se mide por la capacidad transformadora de sus manos. De hecho, yo siempre he pensado que son las manos lo que más nos asemeja a Dios. En uno de mis viajes por Oriente, recuerdo que un japonés que había sido samurái me comentó: “las manos tienen un punto de misterio, de hecho son las que conectan nuestra inteligencia con la realidad física”.

-Venga ya Indy, lo del samurái no te lo crees ni tú.

-Es verdad, en realidad lo leí en un libro de consejos para relajación que tenía mi tía Maruja, que hace yoga…

-Estás fatal. Mira: puestos a pensar en manos, por qué no fijarse en las de san José, ahora que celebramos su fiesta. Tú piensa que fueron las que cuidaron al Mesías, imagínate qué suerte. De hecho, los sacerdotes rezamos todos los días pensando en las manos de José, fíjate lo que decimos antes de celebrar la Santa Misa:

“¡Oh feliz varón, bienaventurado José! A quien le fue concedido no sólo ver y oír al Dios al que muchos reyes quisieron ver y no vieron, oír y no oyeron, sino también llevarlo, besarlo, vestirlo y custodiarlo… Ruega por nosotros, bienaventurado José”.

Leonardo Agustina